Hubert Matiúwàa: poesía para desterrar el silencio y preservar su lengua
Sus poemas nos trasladan a las historias y la vida cotidiana que transcurre en su pueblo Zilacayota, en el municipio de Acatepec y en otros lugares. Su alegría, la travesía que representa tener un médico a siete horas, que las niñas sea vendidas para prostituirlas, del abandono de sus pueblos a buscar trabajo como jornalero o cuando los sicarios se llevan a los niños
Arturo de Dios Palma. Acatepec, 14 de agosto 2024
Foto: Salvador Cisneros
Hubert Matiúwàa (Hubert Martínez Calleja), poeta mè phaa, escribe para desterrar el silencio de su pueblo, para darle voz, ojos y rostro a lo que ahí pasa y que casi nadie ve, porque todo ocurre en un lugar donde muy poco llegan: la Montaña de Guerrero.
Sus poemas nos trasladan a las historias y la vida cotidiana que transcurre en su pueblo Zilacayota, en el municipio de Acatepec y en otros lugares. El día a día de sus pobladores, su alegría, de Tlacuache borracho, pero también de la travesía que representa tener un médico a siete horas; que las niñas sea vendidas para prostituirlas. Del hombre que abandona su pueblo a buscar trabajo como jornalero. O cuando llegan los sicarios a un pueblo y se llevan a los niños y le siembran en las manos los Ak-47, la muerte.
Su pueblo, Zilacayota, está en un recodo de la Montaña de Guerrero. Es un poblado como los demás de la región: lleno de carencias, donde todo falta, donde la vida siempre pone límites. Donde la resistencia es una palabra clave para la supervivencia. Donde se vive sin caminos ni centros de salud, ni escuelas dignas, ni agua potable. Donde los piquetes de alacrán o una diarrea aún son letales.
Zilacayota y la Montaña de Guerrero son lugares donde el machismo, la venta de las mujeres, el alcoholismo, la pobreza y el hambre están encarnados, donde los hombres, mujeres, ancianos y niños y niñas todavía les duele el estómago por tenerlo vacío. Es el lugar donde la injusticia se encaramó hace siglos; donde los militares violan a las mujeres, donde las mineras quieren apoderarse de los bosques, del oro, de la plata, donde el narco quiere controlar la amapola.
Hubert no ha ignorado nada de eso, sabe que es necesario nombrarlo, porque si no se nombra no existe. Sabe que es necesario mantener viva la lengua mé phaa, porque es la identidad de su pueblo, porque es la herramienta para contar desde adentro lo que ahí pasa.
Eso le quedó claro hace un par de años, cuando estaba reunido con unas mujeres de una cooperativa del pueblo originario de Sutiava en Nicaragua. Las mujeres le pidieron que les dijera las palabras “árbol” y “pueblo” en mè phaa. Hubert se las dijo y se le vino a la cabeza su pueblo. Le entró el temor que en Zilacayota desapareciera su lengua y fuera sólo un recuerdo de los abuelos.
Hubert llegó al pueblo Sutiava por una investigación académica. Cuando estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG) leyó a Walter Benjamin, quien citó a su maestro Walter Lehmann, que el siglo pasado estudió las culturas originarias en Centro América. Leyó que los Sutiava era un pueblo ligado a los mè phaa. Cuando entró a la maestría de estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) decidió investigar los orígenes históricos de su pueblo. Estuvo casi un año en Nicaragua, encontró diccionarios que los propios pobladores habían escrito para materializar la memoria, pero entre las 50 mil personas que se identificaban como Sutiavas, muy pocas lo hablaban.
Cuando regresó a México el recuerdo de las mujeres de la cooperativa no se borraba, estaba clavado, intransigente. Optó por solucionar a la inquietud: comenzó a confeccionar su primer libro de poemas. Retomó unos que escribió desde la preparatoria y otros nuevos. Ese libro lo nombró Xtámbaa, (Piel de Tierra), como la ceremonia que los mè phaa realizan cuando nace un niño: lo entregan a un “hermano animal” para se acompañen, se ayuden en este mundo.
“Es una metáfora: es como si nosotros los mè phaa tomáramos a nuestra lengua como un hijo, y hacerle esa ceremonia es como ayudarla a que esté en este mundo”.
Hubert está consciente del riesgo que corren las lenguas originarias de desaparecer. Sabe que fuera de los pueblos la vida es distinta, que la discriminación por no hablar español es una realidad cotidiana, que la educación no permite a los mè phaa pensar como mè phaa, sino como mestizos.
Sabe que el mè phaa al no ser una lengua hegemónica no podrá incluirse en la globalización.
Hubert ya se enfrentó a esa aventura de conocer lo que está fuera de su mundo. Se encontró que en las ciudades como Tlapa, donde estudió la preparatoria, o en Chilpancingo, donde cursó la licenciatura y en la Ciudad México, los niños y niñas no cazaban pájaros ni correteaban ardillas. Sin embargo, se adaptó y conoció el español y su cultura y ahora, dice, moverse en esos dos mundos le ha sido enriquecedor porque le permite ver con otros ojos su pueblo.
—¿Te ha gustado lo que vas visto de tu pueblo desde fuera?
—A veces es necesario estar fuera para estar dentro. Cuando uno está en su pueblo no se da cuenta del valor que tienen las costumbres. Y también te das cuenta de las cosas malas: a veces hay mucha violencia, mucho machismo, que nadie lo percibe y por eso nadie dice nada, parece normal, hasta que sales te das cuenta que tus pueblos están plagados de machismo, donde las mujeres no tienen una participación política, donde las mujeres son vendidas o el alcoholismo. A veces se necesitan de estos dos mundos para crecer. Y el estar afuera me ha servido para pensar mi pueblo desde adentro.
Pero Hubert desde niño ha ido conociendo su pueblo. Zilacayota es un pueblo pequeño lleno de historias, leyendas y tradiciones. Cuentan que el cerro más alto, el de El Gachupin, sirvió de guarida al héroe guerrerense de la Independencia, Vicente Guerrero y, que 100 años después, lo ocuparon las tropas de Emiliano Zapata para protegerse. En ese cerro, cuentan los pobladores, aún están las formadas las trincheras.
Zilacayota, significa guía de calabaza o el pueblo de los hombres calabazas.
En junio, por ejemplo, Hubert no se pierde la danza del ratón. Un baile ancestral que en su pueblo año con año realizan para que los ratones no se coman las semillas de calabaza y maíz que acaba de sembrar: atrapan a dos o tres les ponen flores y los mayores los toman y los van bailando, les van dando de tomar hasta que se emborrachan y mueren. La fiesta puede durar hasta 12 horas. Al final a los animales los entierran a la orilla del río y “se convierten en sagrados”.
Pero también conoce su pueblo por lo que ha visto: la violencia, la que están generando las organizaciones criminales, la violencia política en contra de los piensan distinto. Ha sido testigo de la militarización: “Como la mayoría de los niños de la Montaña, yo también fui testigo del paramilitarismo y la militarización y eso te marca de cierta manera. Eso está presente y cuando lo intentas expresarlo va saliendo, porque siempre te vas a remitir a sentimientos de cómo construiste tu identidad. Y tu identidad está plagada de este tipo de situaciones”.
Todas esas historias se las contaron sus abuelos, sus padres, sus tíos. Las escuchó en las tardes cuando regresaban del trabajo o en el trabajo. Y cuando se dio cuenta él también las contaba. Fue en la secundaria cuando sintió la necesidad de escribirlas y encontró la poesía como la mejor herramienta.
Escribió cientos de poemas que perdió con las mudanzas y que se borraron de los discos duros. Pero cuando murió su abuela recopiló los poemas que tenía y armó un libro en su honor que nombró Gòn natse (Luna que amanece), como ella le dijo que se quería llamarse. En los poemas contó los consejos de su abuela, así como la forma en que ella veía la vida. Este libro no se imprimió, también lo perdió.
Pero después de su regreso de Nicaragua, Hubert ha sido más cuidadoso. Desde entonces ha publica un libro, Xtàmbaa, y esté en espera que publique otro y está listo otro más.
Sin embargo, ya cosechó frutos. Hubert ganó el quinto Premio de Literaturas Indígenas de América 2017 por Las sombrereras de Tsítsídiin y obtuvo el Primer Premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias Cenzontle 2016, con el poemario Cicatriz que mira.
“La poesía es una herramienta para hablar de la memoria, para hablar de esas historias que no se dicen, que no se socializan porque ocurren aquí, y nadie viene hasta aquí y entonces no llegan a Tlapa, ni a Chilpancingo ni a la Ciudad de México”.
Texto de archivo. Publicado originalmente en el Universal.