El fondo del mar alertó de Otis; hoy se sigue desoyendo
Emiliano Tizapa Lucena. Acapulco. 23 de octubre 2025
Son las 2 de la tarde del 16 de octubre de 2025, han pasado 723 días de que el huracán Otis, de máxima categoría registrada, devastó Acapulco. El malecón del puerto está en reconstrucción. Hay maquinaria pesada moviendo tierra de un lado a otro y trabajadores que doblan varillas, acomodan material o acarrean cosas.
A casi dos años, la actividad turística sobre el mar comienza a regresar a la normalidad previa al desastre. Aunque no como antes, son contadas las lanchas y yates que ofertan paseos por la bahía a los pocos visitantes que hay en esta temporada baja. El Marinabus, el proyecto de movilidad marina planteado por el gobierno federal, continúa con sus paseos de prueba frente al Jardín del Puerto, que también está en construcción.
El mar luce quieto y refleja la luz solar que cae sin piedad. Sin embargo, en el fondo de la bahía, desde el Parque de la Reina, las playas Tlacopanocha y Manzanillo, el Paseo del Pescador y el Club de Yates el desastre aún es evidente.
Hacia esta zona, los fuertes vientos de Otis arrastraron cientos de embarcaciones hasta hundirlos o encallarlos.

Pero tras el desastre, muy pocos se han preocupado por ver los daños en la profundidad del mar a consecuencia de aquella destrucción. ¿Quién se ha preguntado si debajo del mar también comenzó una recuperación de la cotidianidad de la vida marina? Casi nadie.
El oceanólogo, Efrén Ernesto García Villalbazo, es uno de esos pocos interesados en observar el desastre en el fondo marino.
Ahí abajo, cuenta García Villalbazo, siguen pedazos de fibra de vidrio de las embarcaciones destrozadas por Otis que se están fragmentando en partes minúsculas. Además, todas las embarcaciones tenían equipo electrónico como radares, sonares y radios que con el agua salada se descomponen “de volada” y empiezan a soltar sustancias muy tóxicas que pueden afectar la flora y fauna marina.
García Villalbazo inició a principios de este año junto a su hermano y otros dos amigos el proyecto SeaFinder para limpiar y restaurar el fondo marino.
La razón, dice el oceanólogo, es que había una necesidad de localizar embarcaciones y restos de familiares que no aparecían de cientos que se perdieron.
Cuando la Secretaría de Marina llevó a Acapulco una embarcación con sondeo acústico avanzado, García Villalbazo creyó que les informarían lo hallado, pero eso nunca ocurrió.

Por ello, un grupo de amigos entre buzos, pescadores y dueños de embarcaciones compraron un “sonar de escaneo lateral”, con el que García Villalbazo y su equipo comenzaron a mapear el fondo marino.
Es así que este equipo de acapulqueños escanearon un polígono que denominaron “las marinas”, que comprende entre 150 y 180 hectáreas: “Desde el parque de la Reina, Paseo del Pescador, Marina de Acapulco, Club de Yates, Marina Santa Lucía, hasta la playa La Aguada”.
“Una de las primeras cosas que nos dimos cuenta es que la mayor parte de las embarcaciones estaban totalmente despedazadas, o sea, eran irrecuperables como embarcación. Muy pocas se conservaron lo suficientemente enteras como para que se pudieran hacer operaciones de rescate”, afirma García Villalbazo.
La Marina intentó con equipo especializado hacer labores de rescate, pero enfrentó un problema, la mayoría de los cascos eran de fibra de vidrio, que es un material fuerte pero frágil. Al momento que enganchaban o jalaban o concentraba el esfuerzo en un solo punto, los yates o embarcaciones se rompían, generando otro problema paralelo que es la fragmentación de la fibra de vidrio.
Para el oceanólogo, esto es un problema que dejó Otis, este material se está “deslaminando”, lo que preocupa a los expertos, y es que al igual que los microplásticos, la fibra de vidrio se fragmenta en pedazos cada vez más pequeños, hasta que en un momento dado podría entrar al sistema digestivo y sistema circulatorio de las especies marinas: peces, crustáceos y moluscos.
El equipo de SeaFinder compró en febrero de este año un pequeño catamarán que había encallado en la Laguna de Tres Palos, el cual remodelaron y adaptaron como una pequeña plataforma.
Las primeras pruebas fueron solo con buzos, quienes con sus mano levantaban del fondo marino los restos hundidos. Tras prueba y error, SeaFinder adaptó una pequeña grúa con la que puedan levantar 200 o 300 kilos.
Los trabajos de retiro de restos de embarcaciones iniciaron a finales de mayo de este año, asegura García Villalbazo, y hasta a principios de octubre han recolectado 40 toneladas de desechos de embarcaciones del fondo marino.
“Hicimos un acuerdo con el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) para que ellos mandaran maquinaria y camiones para levantar estos desechos y llevarlos a un relleno sanitario”, cuenta García Villalbazo.
Durante octubre de este año, el equipo de SeaFinder hizo una pausa ante el temor de que un nuevo ciclón tocara costas de Acapulco, que pondrían en riesgo el catamarán al que le han invertido no solo dinero sino tiempo. García Villalbazo espera que reanuden a mediados de noviembre el retiro de restos del mar.

–¿Cuántas personas conforman SeaFinder?
–El equipo se conforma de dos buzos, un coordinador y el maquinista, o sea, son cuatro personas que hemos estado trabajando. No queremos meter más personas porque es una labor riesgosa y no queremos arriesgar gente.
“De repente llegan y nos dicen: ‘Oye, yo tengo un grupo ahí para que le echemos bola y todo eso’. No lo hemos hecho porque el manejo de láminas, de fierros en el mar implica un riesgo y no queremos exponer a gente que a lo mejor le gane el entusiasmo, pero no sabe hacer el trabajo. Necesitamos buzos que tengan experiencia”.
–Estas 40 toneladas de desechos retirados ¿Qué tanto representan de todo lo hallado con el sonar?
–Es una fracción mínima. Yo creo que de lo que nos hemos propuesto de superficie estaremos a lo mejor al 5 por ciento. Porque los recursos son pocos, la gente para hacerlo también. Pero hay un empeño en hacerlo de manera manual y tiene que ver con la conservación del ecosistema marino, o sea, no sería recomendable meter una draga, porque va recogiendo a lo mejor más que nosotros, pero al mismo tiempo va destruyendo la estructura del fondo marino. De manera manual te da chance de ir seleccionando, le quitar un bichito, o sea, lo haces de manera más ecológicamente amistosa”.
–¿SeaFinder recibe financiamiento para esta tarea?
–Los primeros meses después del Otis vino el programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, que apoya en muchos de estos casos de desastre. Ellos tienen una serie de donadores contactados que les aportan ciertas cantidades de dinero para proyectos con diferentes características. Presentamos este proyecto y dos empresas se interesaron en financiarnos. Una es Natura y la otra es la automotriz Audi”.
–¿Los gobiernos de Guerrero o el federal no se han interesados en apoyar la limpieza del mar?
–Específicamente así no. Nos acaba de contactar Fonatur hace dos semanas para ver cómo nos pueden apoyar. Se supone que parte del proyecto que traen es la limpieza de la playa de Mazanillo, en la que quieren quitarle toda la arena, no sé hasta qué profundidad, llevársela y tirarla en algún lado. Agarrar arena de otro lado y ponerla ahí. Desde mi punto de vista se provocarían cuatro impactos ambientales. Pero, nos hablaron para preguntarnos qué hacemos, les explicamos y nos dijeron si se podían integrar a nosotros”.
“Quedamos de hacer una reunión para explicarle al director Sebastián Ramírez Mendoza, pero hasta ahorita no nos han convocado”.
–¿Por qué existe una necesidad de limpiar el mar?
–Tiene que ver mucho con la imagen turística. Acapulco se vende con cuatro activos que nos permiten competir: el agua del mar; la arena de la playa; el clima, que ese pues no podemos hacer mucho por eso y, la franja de palmeras que tenemos. Tú le dices a un niño que dibuje una playa y te dibuja la playa con las palmeras. Y en atención a nuestros turistas, el agua tiene que estar limpia y la playa tiene que estar limpia. Porque queremos que la gente venga.
“Desde el punto de vista de ecosistema, se debe eliminar las fuentes de contaminación y la eliminación de las fuentes de contaminación ahorita la tenemos en el mar”.
García Villalbazo asegura que de los lugares donde SeaFinder ha retirado equipos electrónicos es notorio que hay menos fauna (marina) que de los lugares donde no.
Esto marcaría futuras líneas de investigación para los especialistas en Guerrero, pero lo urgente para García Villalbazo, es sacar del fondo del mar todos los residuos faltantes para que no sigan contaminando.

Una de las consecuencias que provocó el huracán Otis en los pobladores de Acapulco, es que les activó un sentido más agudo de adaptación.
El biólogo marino, Juan Barnard Ávila, cuenta que cambió de casa como una estrategia de sobrevivencia tras Otis.
Juan rentaba un departamento en el fraccionamiento Las Playas, en la zona tradicional de Acapulco. Su vivienda tenía una terraza abierta frente a la bahía, tenía una sala y cocina abiertas, únicamente su recámara estaba dividida por unos ventanales de cristal de 6 milímetros, pero todo se destruyó por los fuertes vientos. Otis le arrebató todo.
Tras el desastre, Juan pidió ayuda a sus amigos para cambiar de hogar, buscaba “un búnker”. El biólogo no se alejó de la zona tradicional del puerto, pero sí cambiaron las condiciones de la vivienda.
“Me consiguieron (un departamento) a lado del Colegio América. Mi casa es un cuarto con una puerta y una ventana y otro cuarto que es la recámara y el baño chiquitito, es la cuarta parte de donde yo vivía. Está bien hecha la casa, con columnas. Yo estoy feliz ahí. Esa fue una estrategia para para sobrevivir los siguientes años”, cuenta.
El biólogo, fotógrafo submarino e instructor de buceo asegura que el huracán Otis comenzó seis meses antes del 24 y 25 de octubre de 2023.

En junio de ese año, amigos buzos de Huatulco, Oaxaca, le contaron a Juan por teléfono que los corales se estaban “blanqueando”, es decir, estaban muriendo debido al calentamiento del agua.
“Tuvimos lo que se llamó y se llama, olas marinas de calor”, dice el biólogo. Las olas marinas de calor son una anomalía térmica.
Para que se formara el huracán Otis, afirma Barnard Ávila, se conjugaron varios factores, entre ellos, los fenómenos de El Niño y La Niña, es decir corrientes de agua caliente y fría.
“Al hablar de cambio climático nos tenemos que ir acostumbrando a unas palabras: intensidad, frecuencia y vulnerabilidad”, sostiene el biólogo.
Barnard Ávila afirma que antes de Otis, los últimos 50 años el agua del mar absorbió casi el 90 por ciento de la energía electromagnética que irradia la luz del sol. Ese exceso de calor captado por el océano se distribuyó en el interior del mar y en el planeta, generando vapor de agua. Con ese exceso de calentamiento y sobre todo en la superficie. Más otras variables como la presión atmosférica, se produjo una ola de calor.
“Las olas de calor de tierra a lo mejor puede durar una semana, pero en el mar, la más larga que se ha registrado es de 14 meses. En Acapulco no andamos tan errados. Fueron 10 meses antes y 10 meses después de Otis”, sostiene el biólogo.

La muerte de los arrecifes de coral en la costa de Acapulco, marcó para Juan un punto de inflexión, es decir, “ese momento en que los ecosistemas alcanzan un punto en donde la degradación es tan grave que ya es inevitable”.
“Así es como empezó el Otis desde antes, las coberturas coralinas fueron los indicadores biológicos que nos decían que algo grave estaba sucediendo y era que se estaba calentando el agua”, sostiene.
Barnard Ávila ha dedicado su vida al estudio y observación de la vida marina.
A dos años de la devastación, confiesa que todavía le pesa no haber alertado con más intensidad a las autoridades para hacerles entender el fenómeno intenso que se avecinaba.
“Yo cometí un error de no haber ido a la Secretaría de Gestión de Riesgos y Protección Civil. Fui a Turismo y fui a la Secretaría del Medio Ambiente. Y dije lo que podría suceder. Por eso yo me culpo”, afirma.
A dos años del desastre, Juan Barnard junto a su amigo Alfredo Zarate Valencia buscan crear una “Red Hidrográfica” que contemple a los 12 municipios costeros de Guerrero, incluyendo los límites con Oaxaca.
La intención es colocar boyas que midan las columnas de agua, la temperatura, la densidad del agua, el oxígeno, dióxido de salinidad y la variación de las corrientes, entre otras cosas.
La información alimentaría un centro que coadyuve con las alertas tempranas y estudie los ciclones tropicales, en especial los de intensificación rápida.
El reto sostiene Barnard Ávila es conseguir el equipo. Actualmente, Juan compra sensores que cuestan entre 3 a 4 mil pesos cada uno, los cuales sumerge a 15 y 25 metros de profundidad y le permiten hacer un monitoreo parcial.
Este esfuerzo artesanal se queda corto en comparación con la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) del Centro Nacional de Huracanes del gobierno de Estados Unidos, el cual envía drones autónomas con capacidad de sumersión de hasta 3,000 metros bajo el nivel del mar, los cuales envían vía satelital la información a su centro en el país vecino.
Pero el monitoreo es esencial, asegura el biólogo, porque habrá fenómenos cada vez más intensos y más frecuentes.
El monitoreo, Juan lo hace buceando, baja y sube los sensores. Con una aplicación instalada en su teléfono celular le facilita recolectar los datos, los cuales envía a su amigo Zárate Valencia, estos datos los confrontan con información satelital. Pero el proceso hace que haya un retraso de tres días respecto a los resultados.

Otro proyecto de Bernard Ávila es la reproducción en la isla de La Roqueta de la cobertura coralina, para empezar a recuperar las colonias que en 2023 murieron por el calentamiento del agua.
Para recabar fondos, Barnard Ávila vende sus fotografías submarinas, con ello compra sus aparatos, coopera para la gasolina y paga a los encargados de las lanchas que lo llevan a los lugares donde coloca sus sensores. Todo lo hace sin financiamiento empresarial o gubernamental. A pesar de esto, toda la información que recaba la comparte con la Secretaría de Gestión de Riesgos y Protección Civil del gobierno de Guerrero, especialmente con el meteorólogo, Fermín Damían Adame.
Hasta el momento las autoridades de Guerrero ni de la federación se han interesado en apoyar el proyecto de Barnard Ávila. El biólogo afirma que es mejor prevenir gastando en boyas que cuestan 10 o 20 millones de pesos a gastar miles de millones en reconstrucciones.
Juan pone empeño en dar charlas en escuelas.
“Para mí es tan importante la participación ciudadana, hacer conciencia. Me interesa incidir para que sepan el contexto del cambio climático. Considero que si vamos a hacer un proyecto de restauración debe ser de manera integral. ¿Y por dónde debemos empezar? Para mí es por la educación. La educación sería una solución para muchos de los males que estamos viviendo”.
Barnard Ávila cuenta que hace años cuando ocurrieron el huracán Ingrid y la tormenta Manuel escuchó una frase que se le grabó en la memoria de un trabajador de Protección Civil: “Más vale hoy un gramo de prevención que después una tonelada de ayuda”.
Los proyectos SeaFinder de García Villalbazo y la Red Hidrológica de Barnard Ávila aún no resuenan entre las autoridades como deberían. Pero el mar les dice cosas a estos dos expertos, que a dos años de Otis todavía pocos escuchan.