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La desolación de Playa Paraíso, una franja turística destruida por John

En Playa Paraíso hay tristeza y frustración, muchos cuentan que en estos días se estaban preparando para el puente de Día de Muertos y para las vacaciones decembrinas. Por ahora no están intentando levantar sus enramadas, casi todos están apurados en rescatar los pescados y mariscos que tenían en los refrigeradores; no los venderán, sólo los quieren rescatar para regalarlos y no se vayan a la basura.


Arturo de Dios Palma. Playa Paraíso, San Jerónimo, 4 de octubre 2024.

Durante el paso del huracán John en Playa Paraíso tuvieron una batalla por varios frentes: primero se les vino encima el mar, luego las ráfagas de viento volaron los techos de sus enramadas y, para acabar, la furia del río —que se mezcló con la laguna— destrozó albercas, baños, cuartos, todo lo que tuvo enfrente. 

A una semana del paso del huracán John, Playa Paraíso no parece un paraíso, más bien es un lugar desolado, las casi 25 enramadas que ofrecen servicio a los turistas sufrieron daños. Unas están derrumbadas, a otras se les cayeron los baños y unas más la fuerza del río les partió en dos sus albercas. Después de ocho días, por falta de energía eléctrica todos sus productos, mariscos sobre todo, se están dañando.

Playa Paraíso es una franja de arena que está en medio del mar y la laguna, en el municipio de San Jerónimo, ahora también hay mucha tristeza y desilusión.

“Acá ni las autoridades ni la gente han venido a ver si nos ahogamos”, dice María Isabel Diego Cegueda, propietaria de la enramada El Pacifico.

María Isabel tiene 72 años. En su cara se ve el cansancio y su mirada está cargada de tristeza, frustración, coraje. 

La mujer vivió todo el paso del huracán John. El miércoles 25 de septiembre sintió el poder del oleaje. Vio cómo el mar atravesó toda la playa y las enramadas hasta que llegó a la laguna. Vio cómo el agua se llevó sus bancas, cómo la arena invadió su cocina. Luego sintió la fuerza de los vientos: vio cómo las ráfagas volaron las palapas y dejaron los techos desnudos. 

La tarde de ese miércoles decidieron dejar la enramada e irse a su casa. El jueves por la noche sintió la furia del río. Recuerda que estaba en su casa, el agua se había metido, tenía unos 30 centímetros de altura. Nada de qué preocuparse, recuerda. De pronto escucharon el ruido de la corriente y en menos de cinco minutos el agua la tenían hasta el cuello. Con su esposo se refugiaron donde pudieron, resistieron los embates de la corriente. 

“A mi me arrastró dos veces la corriente, pensé que hasta ahí iba a llegar”, dice. 

Aguantó porque su esposo le dio ánimos, porque nunca la dejó sola. Cuando pudieron salieron y caminaron casi toda la noche con el agua hasta el pecho. Atravesaron varios pueblos hasta que pudieron llegar de nuevo a Playa Paraíso.

En Playa Paraíso se encontraron con una de sus hijas que iba a buscarlos. María Isabel sintió alivio al verla. El alivio duró muy poco, cuando llegó a su enramada descubrió la furia con la que se metió el río.

La alberca de su negocio se partió a la mitad, sus baños quedaron volando y la laguna y el río, le carcomieron unos 20 metros.

En esos 20 metros, la corriente del río se llevó todo lo que tuvo enfrente. Decenas de albercas, baños, enramadas se las llevó el caudal. Así como la alberca de María Isabel hay muchas más partidas a la mitad, otras volando. 

“Yo quisiera dormirme y que al despertar todo haya pasado”, dice. 

María Isabel hace el recuento de los daños: parte del techo, la alberca rota a la mitad, dos lanchas que se llevó el río, además de las cinco vacas y seis becerros que arrastró en su casa. El criadero de camarones que tenía desapareció, el agua entró y todos se escaparon.

La enramada, dice, es todo su patrimonio y el de su familia y, en gran parte, su vida. 

Cuenta que se casó a los 14 años, su esposo se la quiso llevar a su pueblo pero ella no pudo vivir lejos de la playa, del mar. Lo convenció y regresaron a Playa Paraíso. A los 16 años comenzó a montar la enrramada. Desde hace 56 años no ha dejado de atenderla. En ella crecieron sus hijos y de eso han vivido.  Pero también, dice, de esa enrramada viven las familias de sus 16 trabajadores. 

“Me siento muy triste, eso es lo que siente: tristeza, no he podido ver a mis trabajadores y, lo peor, es que está bien difícil ayudarlos ahorita, lo único que espero es que esto se recupere rápido y podamos trabajar pronto”. 

En Playa Paraíso eso hay, tristeza y frustración, muchos cuentan que en estos días se estaban preparando para el puente de Día de Muertos y para las vacaciones decembrinas. Por ahora no están intentando levantar sus enramadas, casi todos están apurados en rescatar los pescados y mariscos que tenían en los refrigeradores; no los venderán, sólo los quieren rescatar para regalarlos y no se vayan a la basura.